Alguien, sin rostro preciso, observa el mundo en su plenitud, lo aísla, lo describe, reconoce apenas el tiempo y los lugares que lo habitan. No extrae, sin embargo, otra conclusión que la cruel consistencia de las cosas o la transparencia inconcebible del yo.
En Lugares deshabitados canta el verso en voz baja, sin elegías, la gravedad de la memoria y la árida desnudez del instante con la misma emoción contenida que parece transmitir el mensaje que en Noche de Reyes Shakespeare pone en boca del bufón Feste: «Nada de lo que es, es».
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